El chef de las manos mágicas.
Este cuento escrito de mi imaginación, lo escribí para
agradecer a Guillermo Orozco Álvarez, debido a todos los momentos especiales que pase en familia durante toda mi
vida. Le gusta cocinar y lo que cocina es muy delicioso y en realidad no hay la
oportunidad de compartir muchas cenas especiales con él, a mi parecer es muy
educado y tiene cualidades que me hacen sentir orgullosa de él. Lo mejor que
tenemos todas las personas es el ser agradecidos de corazón cuando a pesar de
las dificultades especialmente económicas recibimos muchas cosas que nos
fortalecen y nos ayudan a superar el cansancio que trae la vida.
Martha Luz Herrera
Martha Luz Herrera
Encontré la calle donde quedaba el restaurante, quería
complacer a María Fernanda que me había
hablado tanto del dichoso restaurante. Cuando lo vi, enseguida pensé: Pero si
esa fachada la conozco, ¿donde he visto una fachada exactamente igual? No pude recordarlo, pero la sensación
persistía.
Sentí ganas de irme, pero mi curiosidad por ver el
interior pudo más que mis deseos de regresar a la casa. Es un restaurante de muy buena comida, bueno ya que estoy aquí para
adentro, y entre.
Era mi mente fantasiosa o era la realidad lo que
estaba viendo, un chef gigante, que abarcaba toda la parte de la entrada a la
cocina. Tenia al frente de él, las cacerolas e ingredientes, que preparaba
rápidamente, era el chef más grande y grueso que mis ojos hubieran visto. Lo
miraba y si que lo miraba, quería apartar mi vista de el y no podía.
Vi una barra cerca de él y fui a sentarme, pedí un
vaso de vino, era la excusa perfecta para acercármele. Pero me sentí un poco
mal de mi malsana curiosidad y me fui a sentar en la mesa que estaban
preparando para mí.
Cuando le solicitaba los alimentos al maître, llego el
cocinero y se sentó en la mesa al frente mío. Fue en realidad algo muy amable
de su parte, quizás entendió que era una extranjera en Madrid y quiso ser amable
conmigo, había entrado sin compañía o quizás le preocupo de alguna
manera la forma en que lo miraba cuando entre.
Me saludo muy cortésmente y me sonrío, no sabía
que decirle aparte de contestarle el saludo y comenzamos a charlar de trivialidades. Me pregunto de que parte del
mundo venía y cosas de mi estadía en la ciudad. Pero no quería ser el centro de
la atracción esa noche, me impactaba ver al chef tal y como María Fernanda me había dicho que
iba a encontrarlo, estaba este magnifico
chef en su restaurante.
Era un clásico chef de vestido blanco y sombrero
alto, tenía unos grandes bigotes terminados en punta que lo hacían lucir
elegante y le daban vistosidad a su aspecto. Se le veía muy pulcro, la limpieza
resaltaba no solo en el sino en todos los lugares que alcanzaba a ver desde
donde estaba sentada.
No sabía cómo comenzar y el mismo se ofreció
ayudarme contándome una historia muy buena y que me haría reír mucho.
Había una vez, y por si ustedes se dan cuenta
todos los cuentos que han leído comienzan en había una vez, o en un país muy
lejano... pero él comenzó con el había una vez un hombre que le gustaba comer
bien, pero se casó con una mujer a la cual no le agradaba cocinar, aquí no se
cumple ese dicho popular de que al hombre se enamora con la comida.
Este buen hombre que no era tan bueno en su genio,
pero tampoco era tan malo en sus actitudes decidió aprender a cocinar, pero no
a cocinar la comida diaria, no, para eso el tenía una esposa y trabajaba, el quería cocinar comida especial, comida
deliciosa, que abriera el apetito he
hiciera feliz a todos aquellos que la
probaran.
Este gran hombre que llego a ser un gran chef, aunque
no le gustaba lavar el desastre de ollas, cucharas, cucharones, cacerolas y
toda clase de implementos de cocina que utilizaba a la hora de hacer sus
deliciosos platos.
Tenía grandes cualidades pero también tenia sus
gustos, porque no le gustaba hacer postres, ni dulces, quien dijo que eso es de
chef hombres, no los chef como yo hacen comidas completas, pero dejan que otros
hagan los postres y como ya trabaje cocinando, pues hay que buscar quien haga
el resto.
Este hombre era muy creativo en la cocina, hacia
guisados, patos rellenos, arroz de espinacas, paella, hacia una paella
exquisita, callos a la madrileña y toda clase de alimentos bien preparados.
Preparaba unas costillas de cordero con risotto de
cebada perlada, deliciosas. Pero el acompañamiento que más le gustaba a su
esposa eran los pimentones rellenos que muchas veces le preparaba.
Era un talento natural en él, unido a su estudio
personal de libros de cocina. Porque este hombre a pesar de no ser rico, compro
todos los uensilios que necesitaba para cocinar con comodidad.
Un día de año nuevo, este hombre que se llamaba
Narciso, hizo una completa cena, e invito a su mejor amigo. El cual quedo encantado
con la comida y también quedo apuntado por siempre en las comidas especiales de
Narciso. Le gusto sobre todo la natilla
blanca que preparo y que era una receta de familia.
Otro día paso algo parecido con la tía de Narciso,
y después la suegra de Narciso probo su comida y también cada vez que había
algún agasajo llegaba intempestivamente, no solo ella, sino todos aquellos que
tuvieron la oportunidad de probar la comida de él. Llego la situación a tal punto que su esposa se
volvió de malhumor subido y cada vez que hacían una cena especial y llegaba Clemente
el amigo, Nancy su suegra, y algún otro por ahí que se olía el tocino, con
cualquier excusa y haciéndose los que no sabían. llegaban al lugar donde vivía
Narciso.
Concha la esposa de Narciso que ya sabía por donde
iban esas cenas y lo que le costaban a los dos. No soportaba tanto descaro, y
le dijo que terminantemente no volvía a cocinar para nadie más, hasta que no
resolviera semejante problema.
Narciso no sabía que hacer y tomo una decisión que
a Concha casi la mata y que ella no esperaba.
Narciso fue y contrato un local y monto un
restaurante al que todos querían ir, pero nadie quería pagar por ser amigo de
Narciso.
Concha no estaba dispuesta a seguir con esa
circunstancia de tanta gente fresca, que aprovechándose de la buena amistad de
ellos querían salirse con la suya, y conocía a cada uno de esos frescos amigos
de Narciso. Tomo la sartén por el mango y cada vez que alguno de ellos llegaba
le rociaba picante a la comida, incluido el arroz y cuando probaban tenían que
salir corriendo. Claro, a los clientes nuevos que iban llegando y pagaban su
cena los atendía muy bien y como a todo
el mundo le gustaba la comida que preparaba Narciso, se fueron haciendo a un
nombre en la ciudad y fue prosperando el negocio.
Hoy en día es un restaurante que tiene mucha
clientela de todas partes del mundo y es reconocido por su buena atención y como todos los cuentos el final de este
también es feliz porque ahora Narciso no solo hace lo que le gusta, sino que
también gana plata haciéndolo.
Me reí y le pregunte al chef que de donde había
inventado ese cuento. Me contesto que era un cuento pero un cuento real, porque
esa era la verdadera historia de este restaurante donde estoy comiendo y ese
famoso chef es el mismo.
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